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4. Cuando las sonrisas vuelan libres

Hoy ha sido un gran día en el mercado. ¡Qué alegría me da ver a mis madres sonreír y bromear! Hay algo dentro de mí que brilla cuando veo a sus ojos hacerlo. Un día de buenas ventas en el mercado significa una semana sin preocupaciones, pollo en el arroz e, incluso, ¡puede que mañana podamos desayunar un bocadillo!  Un día así significa ver a mis madres andar con una sonrisa en la cara como si volaran livianas y ellas fueran libres. Y es que esta semana no tendrán que pedir dinero a mi padre, e incluso podrán guardar algo para pagar la matrícula de la escuela el año que viene.


En días así, cuando vamos andando por la calle hacia casa, soy feliz, y creo que el mundo se alimenta de mi felicidad y la refleja. Veo a los niños pequeños correteando detrás de un perro; a los jóvenes de las moto-taxis riendo a mandíbula batiente; a las chicas del coro de la iglesia ensayando al unísono mientras caminan hacia el templo. Las mujeres que nos acompañaban se despidieron efusivamente y mis hermanas pequeñas corrieron a abrazarlas… todo guardaba un sentimiento cálido, un susurro lejano que nos aseguraba que todo va a ir bien.


En días así, hasta no me importa guardar las canastas y los cestos para la próxima semana. Me gusta dejarlos bien limpios y ordenados. Sé que dedico mucho tiempo a hacerlo, pero pienso que las cosas, si las preparas antes de que las tengas que volverlas a usar, cuando llegue el momento no tendrás que perder tiempo en limpiarlas, ordenarlas y remendarlas.

Tía África se quedó viuda hace ya muchos años, antes de que yo naciera. Cuando una mujer se queda viuda, deja lo que esté haciendo y se suele ir a vivir con la familia de su marido. Allí pasa a encargarse de las tareas más laboriosas de la casa: limpiar, hacer la comida, cuidar de los pollos… Pero cuando su marido falleció, África se negó a tener esa vida, y eligió regentar la tienda de su marido. Primero sola y, después, con la ayuda de sus hijos. Esa decisión le costó que la familia de su esposo, y la suya propia, la repudiasen.  En parte es normal, es casi un insulto. Pero, aun así, ella tomó la decisión de hacerse cargo de su propia vida.


Recuerdo que, cuando era más pequeña e iba a darle los buenos días en el momento de abrir la tienda, siempre la veía atareada, ordenando todo antes de que empezara a llegar más gente. Mientras iba de un lado a otro con un paquete de arroz en una mano y una escoba en la otra, me decía: –“hija, nunca sabes cómo te va a sorprender la vida. Puede que, hoy mismo, entre por esa puerta el mismísimo Arcángel Jibrāʾīl y nos traiga una noticia que nadie espera. Debemos estar preparadas para el futuro, pues el mañana no suele ser benevolente con la mujer africana”


Ahora mismo, mirando la cara de mi madre, sé que tenemos visita y no es precisamente el Arcángel Jibrāʾīl u otro mensajero celestial. Es algo más terrenal, y no sé si estaré preparada. Creo que las sonrisas han volado, y parece que no van a regresar en mucho tiempo.

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